Capítulo 17: Una señal de alarma

11 septiembre, 2008

Cuando llegó la segunda veintena de diciembre, en Hogwarts ya no se respiraba aquel aire de nerviosismo y agitación que reinó en el castillo mientras los exámenes, que ya habían pasado, exigían estudio y más estudio. A David le había ido generalmente bien, aunque quizás debiera haber estudiado un poco más para Historia de la Magia. Silvia, como era de esperarse, había respondido todas las preguntas correctamente. Charlie, por su parte, tuvo algunas dificultades, aunque estaba muy confiado de aprobar. Frank prácticamente no hablaba del tema, pero todos supusieron que no le debía de haber ido para nada mal.

Pero ahora era tiempo de descansar y distenderse. El grueso del alumnado regresaría con sus familias para las vacaciones de Navidad, tanto los que iban a celebrar esa fecha bajo el techo de sus casas como aquellos que aprovecharían el receso escolar para conocer algún exótico lugar. David escuchó en los pasillos la conversación entre dos alumnos de cuarto de Hufflepuff, donde ambos comentaban un posible viaje en familia al Zoológico Exótico Scamander. David recordó entonces el sueño que había tenido hacía ya tiempo, donde encarnaba al fénix que había estado en cautiverio allí por quién sabe cuánto tiempo, pero por fin había podido escapar, utilizando como arma el que era quizás el mejor dote de su especie: la capacidad de renacer de sus cenizas.
Los alumnos hicieron sus equipajes y luego bajaron al Gran Salón, donde tendría lugar el desayuno, ocasión que seguramente la directora aprovecharía para dar un breve discurso.
El Gran Salón no tardó en llenarse de estudiantes de primero a séptimo año. El hambre y las ansias de, en la mayoría de los casos, largarse del castillo, aunque sea por un pequeño tiempo, los impulsaba a hacer las cosas a toda velocidad.
Cuando los platos se llenaron, todos se lanzaron al ataque. Hacía tiempo que David y sus amigos no degustaban un desayuno tan abundante y sabroso como el de aquella mañana.
― Ojalá fuera todos los días así -comentó Charlie, con la boca llena.
― Intenta tragar antes de hablar, ¡por favor! -lo reprendió Silvia.
Charlie miró a David, quien le devolvía la mirada, e hizo un gesto de asco en dirección a Silvia, que captó la escena con el rabillo del ojo.
― Así nunca conseguirás novia -le espetó la chica.
― Tampoco quiero una -replicó Charlie, y no se habló más del tema.
Ni bien todos los estudiantes estuvieron satisfechos, con los estómagos llenos y los corazones alegres, la comida y la bebida desapareció de las cinco enormes mesas que ocupaban el Gran Salón. La directora se paró entonces y, después de que Neville diera un poco disimulado golpe en la mesa, los alumnos guardaron silencio.
― No es momento de establecer reglas ni lanzar reproches -dijo McGonagall, esbozando una sonrisa-. Espero disfruten su tiempo libre, pero no se dejen llevar por el ocio, pues los quiero a todos de vuelta cuando sea debido. Tampoco quiero darles consejos sobre seguridad o sobre la forma de cuidarse, ya que sé que con suerte apenas un par de ustedes escucharán mis palabras. Así que, sin más que decir, ¡felices vacaciones!
Las cinco mesas prorrumpieron en aplausos y vitoreos. Mitad de año escolar había pasado… sólo faltaba la otra mitad. David cayó en la cuenta de eso y se alegró, a pesar de que era muy pronto para relajarse. Pensó en su familia, en que deberían de estar orgullosos de él. Pero, por alguna extraña razón, no tenía deseos de volver a su casa en ese momento. Extrañaba a su padre, a su madre y, más que a nadie, a su hermano. Pensaba en ellos todos los días. Pero había algo que le impedía verse como uno más de ellos.
Silvia pareció darse cuenta de que David estaba pensando seriamente en algo, pues el chico estaba clavando la vista en un punto imaginario de la gran mesa, donde no había más que madera, mientras los estudiantes que se iban del colegio se estaban retirando a buscar su equipaje para subir al tren.
― Deberías volver con tu familia -le dijo.
― No molestes. No quiero volver con ellos, quiero ir con la familia de Harry.
― ¿No los extrañas?
― Sí… supongo que sí.
― ¿Y entonces, por qué no vuelves, aunque sea un par de días?
― Porque no quiero estar rodeado de cosas normales y gente normal… quiero estar entre magos, como la familia de Harry.
Al oír eso, Silvia se detuvo en seco. Lo miró despectivamente y le dijo:
― Si no te conociera, diría que eres demasiado parecido a tu bisabuelo.

La estación de Hogsmeade estaba repleta. Los profesores intentaban poner orden, pero los alumnos no hacían más que empujarse entre ellos entre carcajadas. Por fin, el Expreso de Hogwarts llegó a la estación y, ni bien sus numerosas puertas se abrieron, todos se atropellaron por llegar al interior. David subió el baúl con cierta dificultad, y luego buscó un buen compartimento para él y sus amigos. Por fin encontró uno vacío, así que se acomodó junto a la ventanilla, dejó su baúl en el suelo y se echó sobre el cómodo asiento. Dejó la puerta del compartimento para que sus amigos, que no tardaron en llegar, lo vieran. Silvia, Charlie y Frank pronto habían hecho lo mismo que él, y ahora conversaban animadamente mientras esperaban que la locomotora mágica se pusiera en marcha.
Cuando el tren partió, y los ocupantes del compartimento se callaron, David se dedicó a mirar los paisajes por la ventana. No pudo evitar pensar en su familia, y se preguntó si quizás Silvia tenía razón. Él sabía, en el fondo, que lo que no quería era estar rodeado de… muggles. Al igual que lo hacía su bisabuelo. Y, por más que odiaba que identificaran a Grindelwald con él, no entendía cómo su mente podía alojar aquella forma de pensar. Estar con Harry y los otros Potter debía de ser mucho más divertido para un mago… pero los Harrison eran su familia. Silvia volvió a descifrar la expresión en el rostro de su amigo, pero no dijo nada relacionado con eso.
― ¿Qué haremos con Egbert? -le preguntó.
― ¿Como que que haremos con Egbert? -dijo David.
― Shh… habla más despacio -susurró Silvia, que se dio cuenta de que Charlie intentaba escuchar la conversación-. Ya sabes a qué me refiero.
― Pensé que habíamos acordado pedirle ayuda en cuanto volviéramos de las vacaciones.
― Sí, lo sé… pero deberíamos pensar cómo se la pediremos.
― Pues diciéndole la verdad, lo que queremos que haga.
― ¿Así nada más? ¿No crees que se sentirá usado?
― Mira, no vamos a obligarlo a que nos ayude. Si él no quiere colaborar, que no lo haga. No será la única persona del mundo que sepa hablar alemán.
― No puedo creer que seas tan desconsiderado.
― Por favor no te largues a llorar -se burló David, y sus palabras enojaron a Silvia.
― Está bien. Esto es lo que haremos. Mientras estemos en nuestras casas… quiero decir, mientras yo esté en mi casa y tú en la casa de los Potter -Silvia dijo esta frase con un tono despectivo que David identificó fácilmente-, cada uno buscará por su cuenta información sobre Grindelwald. Es posible que tú tengas más oportunidad de encontrar algo interesante que yo, ya que vas a una familia donde todos son magos.
― Bien, veré que puedo, hacer. Pero no te parece que sería mejor que…
David no pudo continuar la frase, porque un codazo que Silvia le propinó en el costado lo interrumpió. No tardó en comprender la razón: Egbert acababa de ingresar, sonriente, al compartimento.
― ¡Egbert! -lo saludaron todos.
― ¿Qué tal? -preguntó Egbert, sin dejar de lucir su perfecta sonrisa. David notó que Silvia, como cada vez que Egbert aparecía, tenía una expresión un tanto estúpida en su cara-. Sólo vengo a saludar. Estoy sentado con mis compañeros de curso.
― Puedes sentarte unos minutos si quieres -dijo Frank, y Silvia se hizo a un lado con tal atropellamiento que casi acaba sentada sobre David. Sus mejillas se enrojecieron levemente, pero supo disimular la situación.
― Está bien, pero sólo un momento.
Egbert no se quedó sólo un momento, sino que permaneció con ellos durante el resto del viaje. Si bien se había podido adaptar bien a sus compañeros, su expresión cambiaba completamente cuando se encontraba en compañía de David, Charlie, Frank y Silvia. No era de extrañar: eran, probablemente, los primeros magos adolescentes con quienes había tenido contacto, justo en ese mismo tren, unos meses antes. El chico de naturaleza alemana se pasó un buen rato contando anécdotas e historias divertidas que había vivido en el poco tiempo en que había habitado el castillo de Hogwarts. Al parecer las amistades de Egbert no eran las mejores si lo que uno quiere es estudiar y no meterse en problemas.
― ¿Dónde te quedarás en las vacaciones? -preguntó Silvia, interesada.
― Voy a pasar unos días en la casa de Adelbert, pero para la Navidad estaré con mi familia -contestó Egbert.
― ¿Adelbert no irá contigo?
― Él y mis padres no se llevan muy bien. Pero bueno, no puedo obligarlos a que lo reciban.
― Qué pena.
― No hay problema. Creo que hay tiempo para estar en los dos lugares. Sé que sería mucho más divertido quedarme todo el tiempo con Adelbert, pero mi familia es mi familia.
Aquellas palabras le cayeron como una bomba a David. Un niño, porque eso era Egbert, todavía un niño, tenía un pensamiento probablemente más maduro y justo que el suyo. Silvia lo miró con el rabillo del ojo, acción que causó un poco de enojo en David; ya tenía suficiente con que su conciencia lo estuviera carcomiendo por dentro, así que se acercó sutilmente a su amiga y le susurró al oído:
― Que estés enamorada de él no significa que tenga razón.
Silvia se sonrojó y miró rápidamente a Egbert, para ver si había escuchado, y luego, un poco más tranquila, respondió:
― Y tú qué sabes.
― ¿Por qué dices que es más divertido pasar el tiempo con Adelbert? Cuando te conocimos nos contaste que casi no hace magia en su casa.
― Es cierto, pero es una persona mucho más abierta y alegre que mis padres. Dijo que iba a enseñarme a pintar como lo hacen los muggles. Y quién sabe, tal vez ahora que trabaja en un colegio mágico, le haya agarrado el gustito a la magia otra vez.
― Es posible -dijo Frank.

El viaje se hizo más corto que de lo común. Antes de que pudieran darse cuenta, el tren fue disminuyendo la velocidad, hasta detenerse por completo. David miró por la ventanilla y vio mucha gente esperando a los estudiantes. Se imaginó a su familia allí, aguardando por él con los brazos abiertos. Pero luego recordó que eran sólo muggles; muy difícilmente pudieran atravesar la barrera mágica del andén nueve y tres cuartos.
Intentando dejar de pensar en eso, tomó su baúl y bajó del tren. No tardó en encontrar a Harry con la mirada. El pelo alborotado, los anteojos -rotos-, y su particular cicatriz no habían cambiado en lo más mínimo. Lo recibió con una sonrisa y sacudió su mano sobre el pelo de su ahijado mágico.
Antes de irse, David se despide de sus amigos. Todos juran, en broma, que no dejarán la escuela y se reencontrarán en ese mismo andén, pocos días después, para seguir con sus estudios. Cuando David volvía junto a Harry, para cruzar la barrera mágica, pudo ver que Adelbert bajaba del tren. Su profesor lo encontró inmediatamente con la mirada, y, luego de inspeccionarlo de arriba a abajo, vio que quien lo acompañaba era Harry Potter, quizás el mago más famoso entre los famosos. Pero, por alguna razón, esto pareció disgustarlo. Hizo contacto ocular con David, quien tuvo nuevamente la sensación de estar siendo leído como un libro por dentro. Segundos después, Adelbert arqueó las cejas, hizo un gesto negativo con su cabeza, y se perdió entre la multitud.

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15 Responses to “Capítulo 17: Una señal de alarma”


  1. […] Septiembre, 2008 Capítulo 17 publicado. Click aquí para leerlo. Posted by Durward Filed in […]

  2. vane Says:

    esta ,muy buenoo este cap!!!!!! segui asi durward

  3. Ro A. Says:

    Me encanto, sigue asi! :)

  4. Luccasc Says:

    esta muy bueno, me pregunto si adelbert no le agrada harry porque es amigo de dumbledore o algo asi

  5. natasha granger Says:

    muy bno y me imagino q adelbert se enojo por el pensamiento de david de los muggles

  6. luccasc Says:

    natasha:
    lo tuyo tiene mas sentido

  7. luccasc Says:

    Durward: tal ves tardes mucho pero vale la pena porq estan muy buenos los capitulos :)

  8. Nilo Says:

    espero con ansias el siguiente.

  9. ana lovegood Says:

    la espera siempre vale la pena buen cap durward

  10. Candelia Says:

    Increible! me ha encantado este capítulo, ya estoy a la espera del siguiente.

    Animo!!
    Cande

  11. Mary S. Says:

    Que habra pensado Adelbert?? yo tambien creo que se dio cuenta del pensamiento de David respecto a los muggles…
    Ya quiero saber ahora que tendran preparado los Potter para hacer en la vacaciones =) pero yo creo que David va a estrañar a su familia…

    Saludos!!

  12. karla Says:

    k le pasa al ex autista!!
    tiene que recapacitar en algun
    momento…
    esta bien k se la pase bomba con
    harry, pero su familia es su familia…
    y luego lo que le dice a Silvia…
    k le importa al mr celos…
    me parece que le hace falta un
    correctivo al muchacho, ia k vea
    todo lo que esta perdiendo por estar
    obsesionado con su bisabuelito,
    va a volver a la realidad… eso o
    cuando se de cuenta que sus amigos ia
    no lo pelan y k ni silvia va a kerer
    hablar con el si sigue de ma…
    en fin… ia ise un comentario de una
    hoja… so ahora si ia me voy


  13. […] Ir al capítulo siguiente Posted by Durward Filed in David Harrison y el aprendiz de magia […]

  14. Victoire Weasley Says:

    A ver, Silvia gusta de Egbert? o gusta de David? o de Charlie? o de ninguno? ya me tiene re mareada esto. Y no entendí el xq del titulo, xq se llama señal de alarma? y xq adelbert hace ese gesto que describiste a lo ultimo?
    Volvieron todas las dudas, jajajaa. Bueno suerte y xfa segui escribiendo.

  15. kendra Says:

    Tengo una gran duda : ¿que les paso a Ron y Hermion? ¿y sus hijos?
    Yo creo que a David le gusta un pelin Silvia ¿noooo?


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